16 julio 2007

Mensaje de texto o lenguaje sin palabras

El uso del e-mail, aun sin soslayar sus innegables virtudes como medio de comunicación particularmente eficaz en términos de velocidad y alcance, conlleva consecuencias negativas para el lenguaje, aunque más no sea porque -como sucede en general con todos los dispositivos tecnológicos-, se lo piensa ingenuamente como un medio neutral. Pero se sabe que el que porta un martillo, enseguida se pone a buscar un clavo.

Si resulta claro que no es lo mismo escribir una carta que un e-mail -porque el medio predispone siempre a un tipo de comunicación en desmedro de otros-, qué decir del mensaje de texto. No debería sorprender que esta cultura se supere a sí misma con facilidad en materia de degradación lingüística. Ella se siente en casa tratando con imágenes y se esfuerza en exiliar a las palabras. En el mensaje de texto, las palabras son males necesarios que deben ser reducidos a su mínima expresión, acotándolas a una formulación instrumental.

En el lenguaje encorsetado de la nueva comunicación, lo que se deteriora es la capacidad que tienen las palabras de significar de manera múltiple, de no quedar fijadas a un sentido acabado, a un referente unívoco, a un objeto situado que se agota en el acto comunicacional. Es que las palabras exceden siempre al enunciado en el que son dichas, porque todas ellas conservan algo de su devenir histórico de otros actos de comunicación. Tal devenir, o multiacentualidad (como diría Voloshinov); tal capacidad para la abstracción (citando a Marcuse), es lo contrario de un lenguaje pensado como mero instrumento.

Lo que queda del lenguaje -en el e-mail, en el mensaje de texto- no es si no aquel aspecto suyo que coincide con sus posibilidades técnicas. Las palabras ya no son el verbo primero de cuya enunciación deriva el mundo (¡si hasta Dios sólo puede ser concebido en nuestra cultura como una forma de energía, y entonces la teología no puede ser más que una sucursal de la física!). Palabras-herramienta de las que los hombres se apropian para fines específicos, utensilios pasibles de ser manipulados para manipular el objeto al que se destinan. Estas son las palabras que entran cómodamente en la económica pantalla del telefonito; para ellas ha sido diseñado éste. Palabras que no esperan ser respondidas con otras palabras sino impactar en el receptor; que no buscan el diálogo, sino el efecto inmediato sobre un curso de acción. Paradójicamente, la definición de la nueva comunicación, desplegada en la parafernalia de interfaces que proveen los nuevos recursos tecnológicos, se parece más a la comunicación animal que a la humana. Las relaciones interpresonales devienen en etología social, coronando en los hechos el éxito de la psicología conductista. Su inconsistencia teórica no es óbice para sus realizaciones prácticas.

Por cierto, sería absurdo pretender explicar estos fenómenos como efectos del desarrollo técnico. La telefonía celular tiene sus orígenes en la necesidad de comunicación en las hostiles geografías escandinavas, donde quedarse varado en la ruta puede significar la muerte. Los beneficios del desarrollo tecnológico apuntado resultan evidentes. El problema surge cuando el dispositivo se presentan a sí mismo como imperativos en toda circunstancia. Es como si en el siglo XIX todo el mundo se hubiera convencido de que tenía que hacer uso del telégrafo -por el solo hecho de su invención-, y entonces la gente se hubiera dedicado a enviarse telegramas todo el tiempo, evitando formas de comunicación más pertinentes.

Aun así, no deberíamos olvidar la cuestión principal. Si nuevas formas de comunicación que eluden lo esencial del lenguaje reduciendo el diálogo tienen tanto éxito, es porque conectan con un estado de la cultura que les da lugar; una cultura que a su vez se ve sometida por retroacción al reforzamiento de tales condiciones. Al fin y al cabo, también los medios masivos de comunicación, particularmente la televisión, y ciertos discursos sociales, como la publicidad, habitan en esta dimensión del lenguaje, caracterizada por la neutralización de la crítica que sólo puede existir en la multiplicidad de sentido de las palabras. Esto es lo esencial, y sólo teniéndolo en cuenta puede resultarnos posible utilizar los nuevos recursos comunicacionales y tecnológicos resistiéndonos a las formas de uso a las que ellos, por construcción, nos compelen. Porque la tecnología nunca es neutral. Pero, afortunadamente, siempre es posible el desvío.

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