06 septiembre 2007

Lo escandaloso y el escándalo a propósito de los medios de comunicación

Entre lo escandaloso y el escándalo, tiene lugar el trabajo de los medios masivos de comunicación. Porque todo el tiempo y en todo lugar ocurren cosas escandalosas, pero sólo algunas de ellas pasan a formar parte del repertorio de escándalos en el día a día de la noticia. He allí el trabajo de los medios, que no es otro que el de representar la realidad. La primera operación de este trabajo consiste en acotar el universo de lo representable; esto es, seleccionar un conjunto de hechos en lugar de otros.

En las formas periodísticas se representan hechos socialmente relevantes. Pero la relevancia no es un elemento neutro que pertenezca a la realidad sino que depende de algún criterio, punto de vista o interés, que aquí no es otro, al menos en última instancia, que el acrecentamiento de la audiencia. Puesto que nos encontramos bajo un sistema de medios privados, es claro que el público no es pensado por éste en su condición de ciudadanía sino en tanto que consumidor de bienes (simbólicos, pero también materiales, habida cuenta de que en la publicidad anida la fuente de lucro de los medios de comunicación comerciales).

No es posible representar la realidad sino luego de un trabajo de selección de los hechos, partiendo de algún criterio normalmente tan arbitrario como implícito. Este aspecto es central porque constituye un intento de determinación de una agenda temática a escala masiva, la cual puede ser tomada o no por la sociedad y/o algunos de sus actores representativos, pero que en cualquier caso deja en claro que los medios no son, ni pueden ser, solamente “medios”, en el sentido de que no se trata de dispositivos que comunican inocentemente las cosas en su supuesta transparencia.

El criterio de selección de las noticias, o más apropiadamente, el de su “producción”, no es universal en todo tiempo y espacio y tampoco lo es para todos los medios por igual. Sin embargo, al menos en relación con los medios electrónicos más poderosos en cuanto a su alcance e influencia, podemos aventurar que la característica más importante que define hoy en día a una noticia es su capacidad para impresionar a una audiencia ávida de identificaciones gratificantes con las que compensar su angustia cultural y/o sus privaciones materiales. Un taquillero tono melodramático gana terreno por sobre parámetros crecientemente anticuados como la veracidad de los contenidos y la objetividad de la formas. Si esto es así porque los medios corrompieron a la audiencia, o si se trata sólo de que aquéllos buscan adaptarse a una corrupción que les antecede, parece ser una discusión inconducente que es preferible evitar en estas líneas.

Impresionar a la audiencia, para atraerla o conservarla, no es en términos informativos otra cosa que producir noticias escandalosas. ¿Y cómo se presenta una noticia para adoptar la forma del escándalo? Simplificando un tanto la cuestión, podemos decir que la noticia melodramática se estructura a partir de un “conflicto” en el que se recortan con claridad el rol de las víctimas y el de los victimarios. Mientras que las víctimas suelen responder a un particularismo extremo (el “vecino indignado” o la “víctima de la delincuencia”) o a generalizaciones vagas tales como “la gente”; los victimarios, en cambio, coinciden a menudo con actores públicos ampliamente desacreditados de antemano, como el Estado, el o los gobiernos y “los políticos” y/o “los funcionarios”.

Claro está que semejante manera de presentar los “hechos” omite algunas cuestiones nada inocentes. Por el lado de “las víctimas”, su singularización o generalización extremas supone una representación de la sociedad que, ya sea como conjunto de individuos aislados o como masa uniforme, impide percibir lo esencial de la realidad social: su configuración compleja de estratos y clases y sus respectivos antagonismos más o menos inconciliables. En el mismo sentido, por el lado de los “victimarios”, nada se dice acerca de la eventualidad de que ciertos actores económicos ejerzan formas de poder sobre otros segmentos de la población. En suma, aun cuando la forma escandalosa de la noticia podría ser vista como un artefacto capaz de movilizar a la sociedad en defensa de sus derechos, lo cierto es que tanto su estructura melodramática como el contenido de las acciones y personajes involucrados en ella, tienden a promover cierto descreimiento generalizado en las formas políticas en cuanto tales, invisibilizando de ese modo toda perspectiva de transformación profunda de la sociedad.

Pero no es suficiente mencionar que el criterio de la información es la producción del escándalo, organizado bajo la fórmula víctima-victimario, en función de la necesidad de conservar y acrecentar la audiencia. Si con ello bastara, entonces todo tipo de escándalos llegaría a los medios, y claro está que las cosas no son exactamente así sino un poco más complejas. Junto a los intereses comerciales coexisten las motivaciones ideológicas. No basta con que un hecho sea por sí mismo noticiable, sino que además es necesario que resulte conveniente que tal hecho alcance el estatuto de noticia. Volvemos así al principio: no todo lo escandaloso puede devenir en escándalo.

Sobre aquel primer trabajo de selección de lo noticiable y formación de la agenda tiene lugar otro conjunto de operaciones relativas al tratamiento de los temas en cuestión. Aquí puede ocurrir que los medios actúen amplificando o atenuando los efectos de una noticia. Este trabajo puede realizarse de modos diversos y bastante previsibles como para extendernos en su descripción: además del tono más o menos ecuánime de su tratamiento, su reiteración y asociación con noticias similares o; por el contrario, su aislamiento en el contexto de la información, son los modos más evidentes de amplificar o morigerar o, dicho de otro modo, de generar escándalo (y agenda) o de evitarlo, intentando con ello que un tema no ingrese a la agenda.

Pero todo esto ocurre en el mejor de los casos. Porque hay que decir también que, en los extremos, puede tener lugar el liso y llano ocultamiento de los hechos o su más descarada invención. Asuntos sin duda sumamente escandalosos, pero con escasísimas probabilidades de convertirse en escándalos.